viernes, 7 de mayo de 2010

Memorias de un Fantasma IV

A su lado estoy todo el tiempo, ya parece que le he encontrado un propósito que, aunque bastante inverosímil, me llena. Paso las noches enteras mirándole dormir y su respiración hace eco en mi cerebro inexistente y se transforma en una sinfónica melodía para mis oídos. Es absurdo lo sé, pero no me importa, simplemente no puedo evitar hacerlo.

Le veo ir y venir todos los días, le acompaño al trabajo y la veo sonreír cada día a las personas con las que comparte, mataría por un minuto o dos a su lado, digo mataría pues me doy cuenta de que la frase “morir por ” sería más que paradójico. Esa vitalidad con la que viene y va me embriaga más que cualquier otro licor que jamás probé en el derroche al que llamé vida.

Su rutina es como la de cualquier persona, simple y sencilla, como la lluvia en la que le vi zambullirse esta tarde; las gotas se estrellaban contra su piel en un suave toque y se escurrían por todo su rostro mientras su sonrisa hacía que la nube más gris en el cielo brillara hasta equipararse con el sol. Me acerco con ansias esperando sentir el agua tal como ella lo hace y tocó su mejilla, mi dedo se desvanece al tocar su piel y la cruda realidad me golpea como un puño en la mente. - Soy intangible. Inexistente - me dije y volví a mirarle para digerir la dosis de realidad que se agolpaba en mis pensamientos.

Su sonrisa sigue ahí, aunque tiene frío y le castañetean los dientes. Me queda mirando fijamente y mi pecho inmaterial se expande de la emoción como si pudiera caber aire, pero al cabo de unos segundos comprendo que solo es mi imaginación; mi ingrata imaginación jugando conmigo nuevamente sin el más mínimo sentido de la compasión. Solo se había quedado con la fija vista como pensante.

No puedo evitarlo, debería renunciar a esto, alejarme y buscarle otro sentido a la inexistencia, pero no hay nadie, nadie ni nada con que compartir o llenar el vacío de mis emociones, nada que se compare a la presencia de aquel ser que me roba los pensamientos y hace que mis días valgan la pena. - ¡Pero qué estupidez! – me cacheteé mentalmente en ese momento como siempre suelo hacer y me dije que la realidad era otra; seguir ahí esperando respuesta era absurdo, jamás iba a suceder, y no era por pesimismo, era la cruda realidad.

Pero ¿qué pasaría si yo viviera? – y vuelvo de nuevo a caer en la espiral sin fin – no, no… es que me encanta pensar en la posibilidad, imaginarme el sabor de un beso suyo o la sensación tierna de una caricia de sus manos, si tan solo el hecho de intentar tocarle el rostro me hace sentir vivo, no puedo imaginar en realidad como sería. ¿O tal vez ya lo sentí con alguien cuando estaba vivo pero he pasado tanto tiempo muerto que ya no lo recuerdo? Mi vida misma fue inexistente entonces, porque creo que jamás deseé algo con tantas fuerzas y creo que lo recordaría de haberlo hecho.

Aquella tarde vi como se dormía, se le notaba tanta felicidad que pude sentir un atisbo de ella – que podría imaginarse la gente que una persona muerta puede percibir la felicidad o siquiera buscarla- cuando vives buscas la felicidad como un tesoro, pero ¿se podrá buscar también en la muerte? Ese es quizá el irónico dilema de una vida sin vida donde vives, pero no para existir.