lunes, 27 de septiembre de 2010

Memorias de un Fantasma VI

Veo el viento mover los árboles de los alrededores y viajar a su imperiosa velocidad por cualquier lugar que alcanzo a ver. Los faroles de la plaza iluminan febrilmente el suelo y la tranquilidad es casi palpable en la zona. No puedo sentirlo, pero sé que las temperaturas son bajas y que el frío que arropa la noche ha hecho que cada uno de los habitantes de este pueblo entre a su casa para hundirse dentro de sus mantas y alcanzar el mundo de los sueños antes de que el sol nazca nuevamente.

La luna compite con la luz dorada de las farolas y forma un matiz interesante sobre los arbustos que bordean la carretera inhóspita. Qué bueno sería sentirse parte del mundo tan siquiera una vez, sentir que eres parte de él como él lo es de ti, suena filosófico, pero no hay que pensarlo mucho para saber que es cierto; lo que si falta es estar muerto para darte cuenta de que es un hecho. Todos están en el mismo terreno, compartiendo energía los unos con los otros como las farolas que están a mí alrededor, todas conectadas por un mismo cable que les suple energía y las mantiene vivas. Así creo que funciona el universo, el planeta, el mundo, cada individuo; dependiendo de la energía de de otros para poder existir. Lo que me lleva a preguntarme si sigo siendo parte del universo. Hay una energía que me mantiene atado al suelo, que me impide cruzar la línea de la demencia que me augura esta soledad absurda, mi inexistencia se basa su existencia “irónico no?”, en su despertar y en sus noches de sueño, en sus palabras y sus silencios, entre sus risas y sus sosiegos.

Ese es el cordón invisible que me ata al suelo con fuerza y me impide divagar. Ese rostro que se acaba de quedar dormido algunos metros hacia el este. Esa alma cuyo cuerpo tuvo frío y se acobijó bajo sus mantas para conciliar el sueño. Esa persona que ni siquiera sabe que existo.

Estoy atado a este mundo, pero completamente desconectado de cualquier cosa viviente, de cualquier energía que me mantenga, no consigo compartir un indicio de conexión con nada y esa nada tampoco tiene conexión conmigo. Porque quien sería tan iluso como para si quiera remotamente imaginar que hay un fantasma caminando por esta pequeña plaza mirando la luz atravesar su cuerpo sin encontrar una sombra en el piso.

Y es que creer en los fantasmas es algo absurdo, incluso para mí aunque soy uno, porque creo que jamás fui del tipo de persona que creyera en esa clase de cosas que no tienen explicación ni sentido. Si, así debí haber sido en vida; un incrédulo calculador de existencia superior y de alma mediocre. Que terribles cosas habré hecho en aquella vida que ahora estoy vagando sin propósito por el mundo, porque aunque soy tan libre como el viento no tengo el designio que él tiene. Increíblemente está más vivo que yo, porque aunque no lo ves, ves lo que hace y lo sientes en tu piel.

Oh, daría lo que fuera por sentir el viento de nuevo o poder ver el resplandor de la luna en mi piel mientras mi cuerpo forma una sombra en el piso y ese ser que duerme a unos cuantos metros dentro de su cama, ese ser maravilloso que me mantiene pegado al suelo, me viera tan solo un momento.