lunes, 19 de diciembre de 2011

Memorias de un Fantasma IX


  Otro amanecer se escurre sobre el tejado. Como un manto arropa poco a poco la casa entera acobijándole en contra del frío nocturno, la calidez es casi palpable para mí que carezco del sentido del tacto y el aroma de la mañana fue casi visible para mis inexistentes ojos. Por fortuna, el esplendor de ver llegar el amanecer hizo que la tristeza disminuyera un poco con el pasar de las horas.

  Escuché sus pasos moverse con rapidez, como si corriera; instintivamente me dejé caer y le vi calzándose los zapatos con un apuro increíble. Di una mirada a su reloj y noté que habían pasado veinte minutos desde la hora en la que debió haber sonado.

  En medio de su prisa miró al espejo, miraba su reflejo y yo le miraba directamente a los ojos en un intento de sentirme visible. Maravillosos ojos, dulce mirada en la que me regocijo, dulce rostro que me hace sentir en el paraíso.

  Sus labios se curvaron en una sonrisa disimulada y sentí que la sonrisa era para mí, pero mis pensamientos se apagan con la cruda realidad más rápido de lo que aparecían. Enrolló la bufanda alrededor de su cuello con un movimiento casi imperceptible y se encaminó escaleras abajo. Me dejé caer nuevamente a través del piso y caí en medio de la estufa, me sentí absurdo y contrariado parecía no recordar mi existencia, parecía no recordar nada ¿y para qué iba a querer recordarme? Probablemente solo le serviría para asustarse. Quizá sea mejor así.

  Terminó de arreglarse, recogió sus cosas y cruzó la puerta. Cada paso que se aleja me mata, es como si arrancaran un pedazo de piel con suavidad y el dolor escociera en esto que ni se llama cuerpo ni tiene nombre. Siento como se debió haber sentido morir, o al menos, como piensa que se debe sentir porque sí, soy un fantasma, pero no recuerdo lo que es haber muerto.

  La distancia le aleja cada vez más y entre más lo hace, más destruido me siento. Como si me despegaran de una fuente de energía, como si me apuñalaran hasta lo más profundo de lo que no soy. ¿Por qué el mundo funciona así?  ¿Por qué hay que sufrir sin pedirlo?, ¿por qué algunos estamos condenados al fracaso y no al éxito? ¿Por qué si existen las buenas casualidades, no puede ser casualidad lo que yo quiero que sea?
Preguntas a las que, a pesar del paso del tiempo, yo no consigo respuestas y creo que en mi condición jamás las conseguiré; nadie me escucha, nadie me ve, soy una existencia inexistente en este mar de infortunios al que llaman muerte, medio vivo porque siento, medio muerto porque no puedo amar a quien amo.

  Me gustó que me escuchara, me gustó poderle hablar, pero eso solo me hace sentir más impotente porque cuando despierta se acaba mi ilusión y no soy más que un recuerdo reprimido al que no le va a prestar atención cuando sus ojos estén abiertos. Solo una cosa podría unirnos y jamás preferirá dejar de vivir lo que vive, por preferirme a mí.  

  Tal vez sea mejor dejar esta tortura a un lado, tal vez sea mejor irme y olvidar. ¿Podré olvidar? ¿Seré capaz de hacerlo, seré capaz de separarme de su presencia y asumir la soledad para que me consuma y enloquezca en medio de la inmensa nada? Si, debo irme y dejarle de lado, quizá así me sienta menos solo, quizá así me sienta más vivo. Porque no es sino la imposibilidad de vivir contigo  lo que me hace sentir tan sin vida. Y lo que más me duele es saber que no me extrañarás, porque sé que no lo harás.

  En medio de mis pesares la noche se avecinó. Es lo bueno de ser un fantasma, no te preocupas por el tiempo porque pasa como quieres y yo solo quería verle. Aun no creo lo poco que dura el día cuando quiero y lo que se extiende la noche cuando le veo. Disfruto cada instante lo máximo posible, recuerdo su delicada piel y lo maravilloso de sus ojos aunque cerrados estén. Su sonrisa que está dibujada disimuladamente en medio de sus sueños y lo pequeñas que son sus manos me dan una idea de lo delicado que es su toque.

  Cuando abrió la puerta, pude ver el cansancio marcado en la mirada, pero no se detuvo de prepararse una solitaria cena y leer un poco antes de ir a dormir. Me encanta su rostro, pero el cambio tan dulce que ocurre cuando se sumerge en sus sueños me gusta aún más. Es como si se volviera inocente, dejándome apreciar lo amplio de sus pensamientos aunque no pueda leer su mente, es curioso lo que se puede reflejar en el rostro de una persona cuando cierra los ojos, es increíble lo mucho que puede reflejar de su ser.

  Mi última noche de vigila, mi última noche cuidando sus sueños. No me acercaba mucho para no  molestarle y con la sola idea de que no le veré más las horas se van como si tuvieran prisa, una prisa que hizo sentir con las oleadas de sol naciente que se colaban por la ventana.

-            -Ya despierta – susurré con suavidad

  Torció el gesto con delicadeza, pero no dijo nada.

-            - Vamos, despierta
-            - Volviste – dijo y el asombro se desbordó del vaso de agua que era mi intangible cuerpo.
-            - Si - susurré de nuevo sin creer que de verdad me había recordado – estoy aquí otra vez.

  Su mandíbula se sacudió y el vapor salió de su boca como si estuviera congelándose, me percate de que tenía mucho abrigo encima y el sol resplandecía con tal fuerza que era imposible que no calentara.

-           -  ¿Quién eres? – preguntó con un movimiento espasmódico de la mano.
-            - Soy…

  Mis pensamientos se hicieron densos e impenetrables, las imágenes de mi mente se hicieron nulidad. Entonces me di cuenta de una cosa… no sabía quién era.