Se acaba el año, y para variar yo me siento en mi escritorio con ese
impulso de reflexión rara que me ataca en ocasiones como esta y comienzo a
pensar en lo bueno y lo malo de todo lo que ha pasado con el pasar de los días.
Este año me siento particularmente más reflexivo porque, a diferencia de los
anteriores, he alcanzado elevar mi entendimiento del mundo a un grado que ha
hecho maravillas en mi cerebro.
La restructuración de emociones, sentimientos, pensamientos, perspectivas y
motivaciones ha sido increíble. Un proceso realmente doloroso y complicado (no
se puede negar), pero de frutos con potencial tan alto, que la perspectiva de
su disfrute me deja un entusiasmo sin comparaciones.
Este año me hice más fuerte. Aprendí que el valor que cada quien debe tener
por sí mismo. Aprendí que la modestia es un concepto absurdo, que la libertad
está en la mente y no fuera de ella; también aprendí que está bien tener miedo,
que lo malo no es siempre del todo malo y que hay males con rostros buenos.
Aprendí que las excusas las inventó alguien a quien no le importaba nada,
que la gente está para llegar e irse; que los que se quedan en tu vida es porque
quieren quedarse y que quien se va es porque ya no tiene nada que ofrecer. Que
quien no muestra interés en ti, no merece el tuyo, que las palabras son solo un
efecto de sonido, tan imposible de tocar como el aire, que las acciones son las
que yerguen muros a tu alrededor y te hacen sentir confianza.
Aprendí también que la calidad es mejor que la cantidad cuando se mide en
años. Aprendí a dejar ir aquello que pesa en los hombros, a dejar de cargar con
lo que no es mío, a no interesarme por opiniones inútiles, a iluminar espacios
oscuros de la mente, a endulzar las amarguras aunque cueste y ver cada mañana como
un nuevo comienzo. También aprendí que no hay mal que no se cure con buen sueño
y no hay mejor comienzo que un despertar.
Llegué a la
conclusión de que cuando tropiezas con una piedra no debes pasar sobre ella,
que lo mejor es levantarla del suelo y arrojarla al mar.
Este año abrí los ojos un poco y dejé de ser ciego; me enfrenté a mi peor
enemigo y aunque la batalla sigue, estoy seguro de ganar. Comencé a dar pasos de gigante y aprendí que es aterrador, pero te hace mover
más rápido para llegar donde quieres y que cada paso de gigante te hace crecer
hasta que un día te conviertes en uno.
Me di cuenta que
no todos los oídos que escuchan es porque les interesa ayudar, que hay mucha
promesa vacía circulando en el aire y que no todos los antídotos para el alma
son el indicado poderla sanar.
Aprendí que si
miras hacia atrás verás el camino que has recorrido y te darás cuenta de por
qué estás donde estás. Que todo aquello que he hecho y vivido ha sido por una
razón específica y que si bien no tengo completa respuesta a las preguntas, siento
que estoy en la dirección correcta.
No puedo decir
que ha sido el mejor año de todos, pero sí el que más me ha enseñado, en el que
muchas veces me he caído, pero muchas más veces me he levantado. Puedo decir
sin miramientos que he evolucionado y por eso estoy contento de haber vivido
todo lo pasado.
No queda más que
esperar de brazos abiertos el siguiente y ver que depara el porvenir...
Feliz Año 2015 para todo el que ha llegado hasta aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario